
Apenas había terminado la filmación de Esther en alguna parte cuando su director, Gerardo Chijona, nos recibió en su casa para hablar de esta película que trata de la amistad, del amor, de las segundas oportunidades en la vida. La conversación fue larga, conmovedora. Este hombre, tan conocido en el cine cubano por dirigir comedias como Un paraíso bajo las estrellas y Perfecto amor equivocado, en un par de ocasiones se emocionó hasta las lágrimas.
Basada en una novela del escritor cubano Eliseo Alberto (Lichi) Diego, Esther en alguna parte reunió un elenco de actores de primer nivel como Reinaldo Miravalles, Enrique Molina, Daysi Granados, Eslinda Núñez, Paula Alí, Verónica Lynn, Luis Alberto García, Alberto Pujols, Laura de la Uz…
Por la historia que cuenta, Esther en alguna parte no solo es atípica dentro del devenir del cine cubano, sino que, en general, destaca en el panorama cinematográfico internacional, más interesado en contar anécdotas de adolescentes banales que sueñan con su baile de graduación, que en narrar las historias de vida de aquellos que, como Miravalles con sus 90, parecen que están de vuelta de todo. Sin embargo Chijona, que apenas un par de años atrás había rodado Boleto al paraíso —una trama dura, descarnada sobre unos jóvenes que se inoculan el virus del VIH— aseguraba entonces sentirse cómodo con el proceso de filmación y no temer por el resultado final.
“Potencialmente el público que va al cine tiene 40 años como máximo, pero si la química entre los actores y el director funciona y la historia engancha, no hay nada escrito. En Francia, por ejemplo, gustan mucho las películas de viejos. Quisiera que la película rodara como lo hizo Boleto al paraíso, aunque quería hacer algo distinto, porque mi cuota siniestra la cumplí con Boleto…. Esther en alguna parte debía ser una película más personal y la disfruté, no tenía que estar encima de los actores, ellos venían a trabajar con la escena clara, no había que ponerse a inventar y por eso filmamos a la velocidad que lo hicimos.
“Muchos planos se grabaron después de las seis de la tarde, cuando bajaba la luz. La escena del malecón, cuando Larry grita ‘¡Esther!’ porque cree que ella está en Miami, es muy llamativa porque fue después de llover y quedó una iluminación casi europea, con un mar mágico, era la envidia de cualquier fotógrafo. En el cementerio filmamos también con el tiempo nublado, y es muy lindo el contraste de las rosas rojas que le llevan Larry y Lino a Maruja.
“Me divertí mucho haciendo esta película porque mi misin como director es sacar al actor del apuro. Los recuerdos quedan para contarlos luego. Hubo escenas riesgosas, como cuando Lino está en el cuarto tomando la decisión de buscar a Esther, y abre el neceser de pinturas de Maruja, y en el cementerio enseña la mano pintada. Esa escena nadie la espera, es otra persona, pero es arriesgada. En ese momento la música juega un papel fundamental”.
¿Con qué intencionalidad se trabajó la música compuesta por José María Vitier?
Quería que la música fuese casi invisible. Siento que es fundamental cuando se muere Larry y la película cambia de tono, ahí se decide la suerte de Esther en alguna parte. Hasta ese momento habíamos visto una historia cómica pero se convierte en una tragedia porque Larry se muere como un perro tirado en la calle.
La música va a tener mayor protagonismo en el último acto, no resaltando nada, sino acompañando el sentimiento. Al mismo tiempo hay un mundo desintegrándose, y otro empezando. Esa es la parte más peligrosa de la película.
El elenco de Esther en alguna parte está compuesto por figuras de mucha experiencia y ello contrasta con su película anterior Boleto al paraíso, protagonizada por muchachos muy jóvenes. ¿En cuál de estos títulos siente que corrió más riesgos con la dirección de actores?
Son dos maneras distintas de trabajar. El primer día de rodaje de Boleto al paraíso yo no entendía ni lo que los muchachos decían, la primera semana fue agónica. Eran actores sin técnica, fue complicado que entendieran cómo jóvenes de su misma edad cometieron actos tan desesperados. Eso fue lo más difícil porque después nos acoplamos muy bien, hasta donde me permitieron conocerlos yo sabía qué mecanismos necesitaba activar en ellos.
Esther… es otro mundo. Sabía la clase de actor que es Reinaldo. Aunque nunca trabajé con él conocía todos los cuentos de Miravalles, que era testarudo, caprichoso, pero cuando me aparecí con el guion la primera vez me puso cara de niño. Me di cuenta de que la película se convirtió en un sueño para él. Al principio se asustó porque vio mucho texto y me dijo: “me patina el trineo”. Le dije que su personaje hablaba poco, salvo en cinco o seis escenas, Reinaldo tiene solo líneas.
Yo le decía a Lichi que había que buscar a alguien para hacer de Larry que pudiera aguantarle la pegada a Miravalles y si era amigo de él, mejor. Entonces entró Molina, y de verdad fue muy afortunada la decisión. Molina fue un puntal fundamental a la hora de trabajar con Reinaldo, no solo por la empatía, sino porque era muy paciente, y se ajustó a la manera de Reinaldo. Es un bicho, y aunque esté leyendo te pone la cara y el tono que tú quieras.
Ya teníamos a los dos boxeadores, los pesos pesados y había que ponerle actores de verdad porque si no, el primero que iba a protestar era Miravalles. Empecé a hablar con todas las divas: Daisy Granados estuvo desde el principio, siempre quise trabajar con ella. Eslinda me dijo que no podía cantar y enamoramos a Beatriz Márquez y es quien interpreta el bolero precioso de Eslinda en la película. Siempre quise trabajar también con Verónica Lynn pero no había tenido personajes hasta el momento para ella; no la conocía y fue encantadora. Hablé también con Pancho García y le dije: esto es una bobería, pero quiero que lo hagas tú porque eres un actor seguro, con Miravalles no se puede ni pestañar. Luis Alberto García ha visto mucho cine y tiene numerosos referentes, entonces a él le digo: “ponme la cara de fulano de tal”, y él sabe por dónde va la cosa.
Miravalles era como un imán para toda esa gente. Con Reinaldo estuvimos como un mes trabajando, bocetando las escenas, y así se iba calentando el brazo. Esta es una película de muchas tomas por sus problemas de memoria. Fue un proceso laborioso pero lo disfruté porque él poniendo caras no tiene rival. Le dijo a alguien que él se había pasado meses ensayando las caras que iba a poner en la película. En 2011 pasé por Miami para llevarle más partes del guion y me di cuenta de que él estaba listo para empezar a filmar conmigo, me preguntaba cosas, ya tenía su tarea hecha. Yo le dije: “espérate, vine a verte, no a trabajar”. Allí me di cuenta de que él llevaba meses metido en la película, no soñándolo, sino metiéndose en la piel de Lino.
Para todos nosotros era una fiesta tener a Miravalles de vuelta. Fue lindo, porque hicimos un plan de rodaje y era una incógnita que pudiera filmar porque en ningún país del mundo te dejan hacer una película con un actor de 89 años. Y el sintió el espíritu de fiesta de todo el mundo, lo mimaban, respetaban. Él tiene una disciplina de no socializar mucho, y cuando se alejaba respetaban su silencio, estaba prohibido interrumpirlo. Esa es la ventaja de trabajar con actores que tienen más experiencia y se adaptan al requerimiento y a la velocidad de la película.
¿Cuánto aportó el vestuario a la rápida caracterización de los actores?
Cuando le enseñé los vestuarios a Enrique Molina se le aclaró más el personaje. Él hace de naviero libanés, de acuarelista francés, de doctor, tiene cinco caracterizaciones porque Larry es un personaje estrafalario, egocéntrico, mujeriego, parlanchín. Teníamos miedo de que pareciese un payaso, porque en la novela no lo es y en la película no lo podía ser. Yo le decía a Molina que en su caracterización siempre me enseñara el ser humano, y creo que él captó la esencia del personaje de una manera magistral. Fue complicado hacer eso, porque son vestimentas exóticas dentro del cine cubano.
El maquillaje y la peluquería también fueron excelentes. Recuerdo la primera prueba que le hicimos a Molina con bigote tipo Dalí, era muy simpático. Le di videos de cubanos con acento francés para que cogiese el estilo.
El vestuario es clave además en el personaje de Lino, Miravalles tiene ropita de la que se ponen los viejitos para salir, una guayabera. Es un viejo casi chocho, que va a buscar el periódico no para leerse la noticia, sino para usarlo de culero, y que termine convertido en un “pizpireto”, regresando a lo Chaplin, con bastón incluido, es un cambio complicado.
También es importante la dirección de arte porque la casa de Larry, por ejemplo, dio mucho trabajo. Tenía que estar de acuerdo con el personaje. Nadie puede vestirse de esa manera y tener una casa normal, tenía que ser una casa atípica llena de referencias, de cuadros, de homenajes, con cosas de Matisse, una casa abigarrada, pero con cosas básicas como el orden y la limpieza.
Esther en alguna parte no es solo la película de la amistad entre Lino y Larry, o entre Miravalles y Molina, también es un homenaje a su propia amistad con Lichi y con Rapi Diego.
Lichi y yo nos conocimos entrando en la universidad. Él estudiaba periodismo, yo lengua y literatura inglesa con su hermana, Fefé. Senel Paz estaba en ese año también, pero en letras. Entonces el primer año de esas carreras era común. En esa época, después de que nos aceptaron en la universidad, estuvimos primero como seis meses cortando caña y luego comenzó el curso. Era la etapa de la Zafra de los Diez Millones. La vida nos puso a vivir juntos, hicimos unos cuartos independientes en los albergues y allí vivíamos.
Luego conocí a Rapi, que había estudiado arquitectura y había pasado por la Escuela Nacional de Arte pero no la había terminado. Con Rapi me unía el amor por el cine, porque ya él trabajaba en el ICAIC como asistente de dirección. Así empezó todo. Nunca dejamos de ser amigos.
Después cuando los dos vivían en México ellos venían a mi casa en La Habana o yo iba a verlos allá. Cuando Lichi publicó Caracol Beach y Alfaguara le dio un premio empezamos a soñar con esa película pero el proyecto era demasiado largo. Luego, cuando se apareció con el manuscrito de Esther… Rapi dijo inmediatamente: “hay que hacer la película”. Caracol beach y La fábula de José eran dos guiones que Lichi escribió y no se han filmado, pero Esther era novela pura y dura, la estructura es bastante inversa y por eso la adaptación costó tanto trabajo.
Al publicarse la novela nos embullamos más todavía, y empezamos los tres a chapotear en la película que queríamos hacer. En noviembre de 2005 fui a México. Ya Rapi estaba muy mal y yo no quise despegarme de él. Incluso Lichi se puso celoso. Pero así todo cada vez que nos reuníamos en casa de Rapi o de Lichi era para hablar de Esther…. Rapi falleció en enero de 2006 y enseguida Lichi y yo pensamos que si hacíamos la película se la dedicaríamos, porque fue Rapi quien nos entusiasmó a hacerla.
Siempre pensamos en Miravalles para el protagónico, si la hacíamos era con él interpretando a Lino, porque en la novela y en la película a Lino a esa edad le parece que ya la vida se le acaba y decide darse otra oportunidad, tratar de ser feliz con una mujer a la que no ha visto y a quien se le va a aparecer abotonado en la piel de otro personaje. Es como decir: lo que me quede de vida lo voy a vivir, puesto que lo demás lo mal viví.
Para mí es la novela más linda de Lichi y es también donde más lo siento, tal y como él era. Por eso la novela es un canto a la amistad, a la amistad a primera vista, porque nosotros nos hicimos amigos tan pronto nos vimos. Para mí fue la película dentro de la película: narrando la historia de estos viejos, de alguna manera estoy narrando mi relación con Rapi y Lichi.
De otra manera estoy contando mi relación con mi padre, porque primero hay un fragmento en el que Lino está solo, recogiendo el periódico, esperando ir al agro a hacer los mandaditos, es en eso en lo que termina la vida en la tercera edad y todo eso lo viví con mi padre, por lo que fue muy cómodo hacer esas escenas. Lichi conocía muy bien a mi padre, incluso de las cosas que él escribía le dejó como tres artículos.
Cuando nos dimos cuenta de que podíamos hacer de verdad la película, Lichi me dio los derechos. Él convenció a la editorial de que me dieran una opción de trabajarla por tres años. Al principio Senel Paz se ofreció a escribir el guion, pero él siempre está muy complicado porque además tiene su literatura. Entonces me dio la idea de trabajar con Eduardo Eimil, a quien yo conocía de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños. Hablé con él, se entusiasmó mucho y empezamos.
Me demoré en llegar a la primera versión del guion porque me gusta trabajar bien la estructura. La historia es abierta, en la novela se sabía dónde empezaba y dónde terminaba, pero cuando trabajo con materiales originales, no le pongo camisa de fuerza a la historia ni a los personajes, sino que me lanzó. Aquí teníamos una historia armada, con coherencia, humanidad, sentimiento, el problema era cómo convertir esa novela tan dispersa, en cine. Se nos ocurrió entonces la estructura episódica que tiene el libro. Lino y Larry se encuentran, uno ayuda al otro a descubrir quién es su mujer entrevistando a varias amigas que la conocieron por el camino; Lino ayuda a Larry a encontrar a Esther, que es el amor a su vida.
En la película le hacemos un homenaje a Bella García-Marruz, la madre de Fefé, Lichi y Rapi. Larry tiene un altar de Esther y la foto que hay en él es de Bella cuando tenía 18 años. Cuando nos metimos de lleno en la estructura, nos dimos cuenta a nuestro pesar, que en el guion empezaba a rebotar la historia de Esther y Larry de adolescentes, no había manera de meterla. Eduardo y yo conspiramos para sacar a Esther de la película y tan pronto sacamos a Larry y Esther de jóvenes la estructura empezó a encajar.
Un día descubrimos que ya teníamos un primer borrador de 120 páginas; se lo mandé a Lichi por correo y cuando lo leyó lo único que me dijo fue: “me ha dejado al borde del infarto”. Entonces empezamos a escribirnos y lo entendió. No nos pusimos de acuerdo en dónde se conocían, él siempre quiso que fuera como en la novela: en la cola del periódico, hicimos como dos versiones tratando de que se conocieran allí pero nos retrasaba mucho la historia, hasta que Lichi se convenció de que fuera empezando la película, en el cementerio. Todas las versiones las vimos juntos, la última fue en marzo de 2011, en México. La revisó, me hizo sugerencias en algunas cosas, en otras no nos pusimos de acuerdo y le dije: la novela la hiciste tú, ahora yo voy a dirigir la película porque hay cosas que son cine, no literatura. Lichi murió en julio de ese mismo año.
Luego de siete años soñando esa película, ¿se parece el resultado final a ese sueño?
Uno siempre hace la película que puede y no la que quiere. A veces la que quieres hacer ni siquiera te la dejan hacer y Esther… se pudo negociar. Yo nunca había filmado tan rápido pero lo hice porque este es un mundo en el que lo que vale es a lo que te atreves.
Estoy tranquilo porque hice la película que imaginaba. Siempre pensamos en una película de muchos interiores, se iba a ver pocas veces la calle para que la historia fuera más intimista. Siento que lo que hice está en el espíritu de lo que siempre hablábamos. Si Lichi y Rapi están por allá arriba espero que no me pasen la cuenta cuando me llegue mi hora, porque hemos tratado de hacer entre todos la película que queríamos.
Fuente: La Jiribilla. Revista de Cultura Cubana. Edición Nro. 617 (2 de marzo al 8 de marzo de 2013)