Por Frank Padrón
Sucede que a veces nuestro cine redunda en objetos de estudio y como si fuera poco, análogos tratamientos. El principal tema que aborda el más reciente filme cubano es poco tratado y por tanto doblemente motivador. Basado en una novela de Eliseo Alberto Diego y dirigido por Gerardo Chijona (Boleto al paraíso) se refiere a “las caras ocultas”… pero no de la luna, sino de seres, relaciones, cambios de roles. Por otra parte, la importancia del juego, de ese non plus ultra que sazona todo tipo de vínculo está muy presente tanto en el referente literario como en la cinta.
Lino y Larry se conocen en el cementerio cuando el primero va a depositar flores a su esposa y pese a la hostilidad inicial del viudo surge entre ellos una “amistad a primera vista” que da médula al filme todo, cuando ambos se dedican a investigar sobre la difunta, bolerista y, al parecer, no tan “perfecta esposa”.
Como puede inferirse, Esther… se inserta en la tradición del bodymovie o cine de amigos, pero va mucho más allá… o al menos lo pretende. Es cálida sin duda la historia, la dosis de “suspense” que guía ese “retrato múltiple”, ayudado a armar por quienes conocieron a la cantante que tuvo otros amores, contribuye a una especie de testimonio a varias voces que le confiere al filme esa estructura caleidoscópica que tanto se agradece, al menos por quienes preferimos la multiplicidad del punto de vista y la ambigüedad en los diseños de personajes.
Sin embargo, Chijona no ha logrado en su totalidad conferir la cohesión esperada, prometida; se echa de menos el redondeo a la mayoría de los personajes, empezando por ese “hombre de los tantos rostros”, personaje singular y simpático, sin duda, pero al que le faltan aristas, cuyas motivaciones se esfuman: una cosa es abogar por la polisemia, legítima y hasta enriquecedora, y otra que el diseño caracterológico aparezca desdibujado y débil.
Algo semejante ocurre con muchos de los secundarios, integrantes de una “coralidad” que pudo aportar mucho más a la historia de haber conocido un poco de mayor desarrollo.
A pesar de ello, el filme se disfruta en varias de sus partes, de sus elementos, si bien el todo que significa como texto artístico se sienta no del todo cristalizado; entre aquellos habría que referirse a la excelente partitura de José María Vitier, hermosos acordes de piano que no solo acompañan el relato sino que lo “impulsan”, le confieren sonoramente un poco de ese misterio que lo envuelve.
También la fotografía de Rafael Solís, que lo mismo concentra dramáticamente el espacio en interiores que persigue la luminosidad y la amplitud de las calles, plazas, cementerio… por donde transitan los colegas.
Pero Esther… en buena medida, es una película de actores, de notabilísimos actores muchos de los cuales interpretan breves momentos, los cuales sin embargo bastan para reafirmar su clase: Daysi Granados, Eslinda Núñez, Verónica Lynn, Alicia Bustamante, Laura de la Uz y Luis Alberto García se cuentan entre ellos.
La reaparición del inmenso e inolvidable Reinaldo Miravalles vale el filme en sí mismo; había que ver el auditorio que fue a la première cuando él avanzó al escenario, se dirigió al público… sin embargo, sería injusto no reconocer que el “show” aquí se lo roba su partner Enrique Molina.
En varias ocasiones he escrito que a este versátil actor se le ha encasillado en personajes gruñones y malhumorados; el nuevo filme cubano demuestra de qué es capaz, con una riqueza histriónica y una variedad de matices envidiable, aun cuando, ya decíamos, su personaje pudo conocer una mejor perfilación.
Esther en alguna parte no resuelve del todo sus contradicciones entre “el todo” y “las partes” pero es un filme que no carece de una rara belleza y un encanto que puede seducir a muchos.
Fuente: La Jiribilla. Revista de Cultura Cubana. Edición Nro. 617 (2 de marzo al 8 de marzo de 2013)